Un cuento del LIBRO DE CUENTOS (en proceso).

La idea de esta web es reflejar no sólo el trabajo ya realizado, sino todos mis procesos creativos en marcha. Por ello, aquí plasmo un primer cuento de una nueva obra de cuentos actualmente en proceso de escritura.
German Mingramm

EL GRAN MELQUIADES Y SU BÚSQUEDA DE LA ARMONÍA.

– Divina mía, que cantaste usando solo frases sin sentido; regresaste hoy a mí, tan envuelta de aire, aunque también, de tanto, pero tanto olvido, para hacerme recordar, como nunca nadie lo hizo, lo que es el vacío, así como también, lo que es la absoluta definición de un determinado  principio, surgido después de un tajante final, el cual, sin duda alguna, cerro  varios ciclos, episodios o gravísimas conjeturas que no tenían solución alguna. – Avisó altisonante, desde las faldas de una gran montaña, un avejentado hombre, de nombre Ramón Ezequiel de los Montes.

-Tú, espía fructífero que a veces abandona sus horizontes a observar, te has ganado mi delicadeza, pero también, gran parte de mi sensibilidad; pues, aunque has estado vigilándome con tus desplantes no tan constantes, creo yo, ha sido suficiente, como para poder descifrarme, aún mejor de lo que muchos presumen hacerlo día y noche. Soy yo, eso mismo que es, pero que a la vez, no es; y que además, puede ser ambas cosas, con una simultaneidad tan desesperante, que prefiero yo mismo considerarme, como algo que ni siquiera existe, o que podría existir, en algún rincón de la entera comprensión, que por todas partes vuela – Cantó, con musicalidad madura, sabia y sumamente armónica, el Grandioso Pensamiento Taciturno de la Tierra.

Eran alrededor de las diez de la mañana, ahí en Almentares, y aunque en realidad, no era tan temprano, aún el sol no pintaba sus tonos y luminosidad por aquellos vientos o aires; pues ahí, en ese lugar, siempre, aún sin importar que mes del año fuese, las tonalidades empezaban a brillar, por eso de las once, u once y fracción. Sin embargo, las rutinas matutinas de la gente más activa, arrancaban casi a la par, que las de cualquier otra ciudad; por lo que ya a esa hora, había cientos de personas caminando por todas partes sin parar.

Don Ramón Ezequiel de los Montes, era un experimentado mecánico de instrumentos musicales, y además, un talentoso violinista galardonado con múltiples premios, tanto por su participación exquisita en la afamada sinfónica de Almentares, como también, por su brillante interpretación como solista, dando conciertos y presentaciones, alrededor de todos y cada uno de los sitios más importantes. Atempero, desde hacía ya, tres años y ocho meses, había quedo viudo de su adorada esposa Margarita Palomares; lo cual, sin cuestión alguna, le había afectado muchísimo sin poder evitarlo, pues de ser una de las personas más elocuentes que he conocido, llego a convertirse en un muy solitario sujeto, tristemente identificado, como el “pobre loco de los instrumentos”. Ya él, vivía en las fantasías que traía muy dentro de su psicología. Hablaba solo constantemente, y a todo mundo le juraba, ser el único capaz, de hablar con el “Grandioso Pensamiento”… el mismísimo, “Pensamiento Taciturno de la Tierra”.

Así es que, al llegar a la ciudad, después de haber intercambiado conexión con el dichoso “Pensamiento Taciturno de la Tierra”, Don Ezequiel, no dejaba de conversar con los bosquejos surrealistas de su propia alucinación tan intrínseca. Cruzó varias avenidas sin dejarse distraer por lo que pasaba, y no perdió nunca, ni una sola pizca de su sorprendente determinación, la cual, siempre lo llevaba a conseguir, lo que tanto deseaba; aún sin importar, el tipo de limitante que con el que se llegara a encontrar;… y en esta ocasión, era a la misteriosa casa de Doña Remedios Mejía, adonde deseaba ir. Ella, era un muy extravagante mujer, dedicada al extraño oficio de los agujeros. Sí, me han escuchado bien, al tan peculiar y extrañísimo oficio de los agujeros; el cual, se caracterizaba por encontrarle el hueco o el espacio cadente de elementos, a todos y cada uno de los cuerpos que cupieran dentro de nuestros conceptos; pero en especial, a los que estuviesen muy bien relacionados, con el arte del sonido, de la música y de esas pequeñísimas vibras emitidas por donde sea.

No obstante, al entrar a la casa, Don Ezequiel se quitó sus mugrientas botas cubiertas de lodo, colgó su desfigurado sombrero en el perchero; y se dirigió con paso ligero hasta la habitación donde se localizaba Doña Remedios.

-¿Los has escuchado hablar?… otra vez, no dejan de molestar;… ¡rebuznan una y otra vez, sus estupideces de siempre! – comenzó con tono desviado, aunque bastante frustrado, Doña Remedios, la cual se encontraba limpiando sus tan exclusivos aparatos para hacer bien su trabajo.

-Escuche un poco, pero como siempre, simplemente me hice el loco para no caer en sus idioteces – continuó Don Ezequiel de los Montes, acompañándose de salivas sarcásticas, las cuales, lo llevaron a pintar en su cara, una sonrisa muy burlona.

-¡Es ya, una reverenda burla lo que está pasando!;… los payasos sin ceso ni tacto, ahora sublimen su opinión, como si ésta fuese, la perfección;… y además, nos obligan a seguir su palabra, como si ésta fuese, el mensaje más divino hay;… ¡es una locura Ezequiel!… ¡una desmesurada, e increíblemente absurda locura! – exclamó, ya con un poco de fuegos verbales, Doña Remedios, la gran mujer de los agujeros.

Al cabo de ese hilo de frases que se exhibieron, un pequeño silencio hizo su entrada a la escena; sin embargo, no pasaron, ni sesenta segundos, contándose rápido y sin aliento, para que Doña Remedios, nuevamente retomara la palabra para expresar sus pensamientos.

-¿Recuerdas cuando éramos niños, Ezequiel? – pregunto Doña Remedios, ya con un gesto más dulce, casi en forma de ilusión.

-Pero cómo olvidarlo, mi querida Remedios;… si aquellos años, fueron los más poéticos,     ritmos y emocionantes de toda mi vida – contestó sin titubeos Don Ramón Ezequiel

-¿Recuerdas nuestras grandes aventuras por el Olivar? – volvió a inquirir la maestra de los agujeros.

-Martín, Marciano, Felomenita, Tiburcio, Gertrudis y nosotros dos; día y noche, persiguiendo “duendes”, o atrapando bichos para engrandecer nuestra colección – siguió Don Ramón

-Sí, sí… y aquel olor a hierba cortada volando por nuestro alrededor – completó Doña Remedios

Por lo que ya envueltos, de una “determinada” paz, los dos viejos amigos se miraron a los ojos, no dijeron más, e inmediatamente, cuál reflejo de un hechizante espejo, ambos se sonrieron, pues sabían,  que aún sin importar lo que sucediera, siempre estarían en la misma sintonía. No obstante, afuera de la casa, se empezó a escuchar un alboroto; cada vez sonaba más fuerte, y la poca tranquilidad que aún quedaba intacta, en instantes se hizo trizas, y ya solo escándalo, en vías de lo más exagerado, era lo único que volaba por aquellos aires de Almentares. Don Ramón Ezequiel y Doña Remedios, sin decir nada, expresaron su creciente insatisfacción; al principio, no se movieron de donde estaban, pero en cuanto su paciencia fue traspasada, se dirigieron al taller secreto de la dama, el cual, estaba muy bien escondido, bajo los suelos de la casa, para poder así escaparse, del desesperante ruido que simplemente no cesaba; y a su vez, para poderse comunicar, con el Gran Melquiades, el distinguidísimo líder de su muy selecto grupo de “genios” rechazados.

-Señor, ya están aquí;… otra vez, su algarabía no para, y en cambio, solo se incrementa – se dirigió al Gran Melquiades, Don Ramón Ezequiel.

-Me lo imaginaba, no es algo que me sorprenda;… por favor, preparen todo tal cual lo planeamos desde el principio. Yo estaré ahí en una hora –  contestó abruptamente el Gran Melquiades.

Por su parte, afuera de aquella residencia, Isidro Coronel, el dichoso presidente de Almentares, junto con todo su extenso equipo de diestros en la estupidez, venía llegando, montando un muy ridículo caballo blanco, excesivamente decorado de panfletos y de banderines baratos, con la intención de promover su tan irreverente partido “Morado”. Partido mismo, que buscaba hacer más rico al rico, y más pobre al marginado.

-Amigos, compañeros, colegas míos, pero sobre todo, hermanos con sentido, estamos aquí, otra vez juntos, para avanzar un paso más hacia la meta propuesta. Hoy, frente a todos ustedes como testigos, se firmará el acuerdo “StultusPopulus”, el cual, tendrá la finalidad, de educar al pueblo a merced de sus necesidades (o mejor dicho, a merced de las necesidades del presidente y sus manipulables “borregos”). Esto, amigos míos, es un logro muy positivo, que estoy seguro, nos dará enormes beneficios. Así es que, sin más preámbulos, hagamos el acto y  celebremos por las grandes maravillas que ya vienen – habló con elocuencia de político de cuarta, Isidro Coronel.

Al terminar este falsísimo mensaje, la gente, con más apatía que con espíritu, le aplaudió al rascuachísimo de Isidro Coronel. La gran mayoría, eran acarreados de varias partes de la República; los habían llevado, o mejor dicho, comprado, para que hicieran bulto; y así, se aparentara la gran popularidad del presidente de mediocre calidad. El resto, un veinte o veinticinco por ciento, máximo, eran fanáticos entregados a las “poesías” del “grandioso mesías”, que según sus ojos, había llegado para protegerlos, para darles alivio, esperanza y bastantes facilidades de todo tipo.

Sin embargo, el tan “exquisito” presidente, traía su propio flujo; a él, le valía un reverendo comino el pensar y el fanatismo de quienes lo seguían, o de quienes por lo menos, estaban ahí para hacer bulto. A él, solo le interesaba lograr sus ambiciones, aún sin importar a quien tuviera que pisotear, manipular o engañar. Pero lo más curioso de todo esto, es que gran parte de la población de Almentares lo sabía, mas por estar tan ensimismados en sus “mundos” y egocentrismos absolutos; veían aquello, como ajeno, y solo desde las tribunas, criticaban estos asuntos, sin hacer nada al respecto.

En sí, el ambiente real de Almentares, era como un pequeño universo desolado, en el que aún a pesar de contar con un millón de planetas dando vueltas y vueltas, cada uno de estos realmente no interactuaba concienzudamente con el otro, ni mucho menos, con el propósito de lograr un fin común para el pueblo. Así mismo, aunque todos los almentarenses estaban envueltos en aquel depresivo ambiente, la gran mayoría de ellos, ni siquiera veían el gran problema que los carcomía; ya que únicamente, el selectísimo grupo de los “genios” rechazados, eran los que veían aquello, como un gran deterioro que los estaba conduciendo, a escasos pasos de un irreversible fracaso social; y por ende, deseaban a cualquier costo, cambiar esta tendencia que los tenía sumamente atrapados.

Por su parte, direccionando nuevamente la narrativa, a la casa de Doña Remedios, les diré que la Señora de los Agujeros, y su querido amigo, Don Ramón Ezequiel de los Montes, mientras tanto, se encontraban en su peculiar “zona X”, o sea, en un estado oscilante entre la hipnosis, la plena concentración, la babia y la relajación más extendida. Cada uno, por separado, aunque en el mismo rincón de la sala, estaba sentado en un cómodo sillón acojinado; sin hablar, ni emitir sonido alguno. Simplemente estaban, divagando en quien sabe qué, mientras esperaban la llegada de su grandioso líder, el distinguidísimo, Gran Melquiades.

-¡Puentes, ríos y caminos!;… ¡puentes ríos y caminos! –  entró gritando a la casa de Doña Remedios, el Gran Melquiades.

Y con ello, no bastaron ni tres segundos, para que Don Ramón y la Señora de los Agujeros, otra vez se incorporaran.

-Señor, señor, ha llegado ya. Pensábamos que llegaría a las 2:30pm – aceleró su voz Doña Remedios.

-Me adelanté. Entendí la severidad de este desastre, y no consideré pertinente, el demorarme – contestó casi al instante, Gran Melquiades; quien pausó brevemente, tomó aire, y en seguida, regresó a la modalidad enérgica con la que entró – ¡puentes, ríos y caminos!… ¡puentes ríos y caminos!

-¿A qué se refiere señor, por qué puentes, ríos y caminos? – preguntó Don Ezequiel

-En los puentes, ríos y caminos, es en donde está más acumulado el embrollo; y también, es en donde encontraremos la respuesta, para poder solucionar esta enorme decadencia – se animó a responder el Gran Melquiades

-No entiendo señor, ¿a qué se refiere? – inquirió con escepticismo, Don Ramón Ezequiel

-Díganme, ¿cuál es nuestra principal finalidad, para iniciar aquí, una revolución? – respondió con otra interpelación, el Gran Melquiades.

Un pequeño silencio, con aires de pensante o de enredo, tapizo entonces aquella situación. Se generó el tiempo suficiente para que Don Ramón y Doña Remedios reflexionaran un poco, y así recordar las profundas razones de su rebelión.

-Origen, muerte, explosiones e innumerables desencadenamientos, en su mayoría, ocurren en el mismo sitio – enfatizó el Gran Melquiades; el cual calló por tan solo unos segundos, para enseguida continuar – la historia del Todo, del Cosmos, de los Sistemas y de un extenso número de estrellas, inició en un espacio muy particular, tal vez sin mucha notoriedad; pero, por el simple hecho de haber surgido ahí, ese lugar más tarde, se convertiría, en el principal meollo de su entera significancia. – complementó el Gran Melquiades

 -Tal y como lo explican Plutaurio y Efiminixtex1 en su tratado multi- espacial, “Los Contornos del Sol y de la Vía Láctea”, en el que, astutamente, plantean un sin número de metáforas acerca del universo, para poder derrotar con éxito, al infame ejercito de Laconicia-Lawinki – agregó Don Ramón Ezequiel

-Exactamente Ramón, exactamente. Veamos entonces, a Isidro Coronel, junto con su estúpida ideología y poder, como si fuesen uno de estos mencionados  elementos; ya sea el Cosmos, los Sistemas, o las estrellas. Entonces bien, si sabemos que él surgió de sus discursos, de la creciente fusión de quienes lo empezaron a seguir y de una muy tenue ambición, que pudo transformarse en un océano de codicia y pretensión;  ¿dónde exactamente, fue dónde comenzó a tener la mayor respuesta y conexión? Pues debajo de los puentes donde desplegaba su sermón, a un costado de los más famosos ríos que atraviesan la ciudad, y a la mitad de los caminos más transitados en los últimos años; por lo que será ahí también, en donde lo acabaremos, sin misericordia ni piedad – prosiguió con mucha seguridad el Gran Melquiades.

-Errege, erreginak, fables eta “Luminescence”, elkarrekinjolastenmunduosoakzuzendukodituenpentsamendu-lantegiak sortzeko.2 – se animó a complementar, casi cantando Doña Remedios, para manifestar su percepción ante los hechos, y ante la lógica misma de su gran líder, Melquiades, para poder vencer al desvergonzado Isidro Coronel.

-Badiraerrege eta “argitasun” eramatengaituzte, bainaez da horregatikpentsatzengelditzengara eta guretzatgarrantzitsuenaikusten dugu3 – contestó, casi al instante el Gran Melquiades para defender su punto.

Con ello, como si se hubiese planeado con destreza de ingeniero, un pequeño estruendo de llovizna de primavera, comenzó a tapizar, consistentemente el ambiente, al grado de interrumpir completamente, la conversación del Gran líder con sus pintorescos subordinados.

-Es hora de irnos – retomó el Gran Melquiades, una vez alejado de su distracción.

-Cómo usted diga Señor, nosotros ya estamos listos – continuó Don Ramón Ezequiel

-Ya marcamos los ejes de la simetría en Almentares, y en el carruaje “exiliado”, están ya los mil y un ejemplares de los “Diálogos de Mario4,  que usted nos pidió hace treinta días, o más – agregó Doña Remedios

-Perfecto, ¿y el carruaje, dónde está? – preguntó el Gran Melquiades

-Está en la esquina. Jesusa y Ordonela nos están esperando para irnos en cuanto lleguemos – replicó nuevamente Doña Remedios

No pasaron, ni tres suspiros profundos, para que los tres determinados “exiliados”, salieran de la casa, un tanto camuflados, para no ser, ni ligeramente notados. Caminaron dos cuadras y media, y en la esquina de la calle “Rencor del Campo” con la de “Orillas de la Hipnosis”, Jesusa y Ordonela, los estaban ya esperando.

-.Jesusa, Ordonela, ¿vienen del “Abismo Sagrado”? – inquirió el Gran Melquiades

-Así es señor, estábamos ayudando a los lapidarios de Doña Juana a terminar de poner los recipientes de  “vida”, sobre los ejes de simetría, que Doña Remedios nos pidió que marcáramos – contestó Ordonela, la más antigua y fiel mayordoma del Gran Melquiades.

-Excelente Ordonela; ¿y la cuadrilla de “Aces” que pedí, está ya en posición para poder iniciar la acción? – volvió a preguntar el Gran Melquiades

-Sí señor, ya está todo listo, solo estamos esperando su señal, para poder comenzar con el plan – agregó Jesusa, la joven asistente de Don Ramón; quien, primordialmente se encargaba, de mantener de pie su adorado local de instrumentos musicales; pero además, de coordinar a la gente que se iba agregando a este concienzudo movimiento, conocido entre ellos, como la  “Resplandeciente Revolución de Almentares”

-Perfecto, vayamos entonces a la “Cabaña” – impugnó rápidamente el Gran Melquiades.

Al llegar a la famosa “Cabaña”, sitio en donde se encontraban todos los planos, el sistema de control y la fuente de estrategias para llevar a cabo la rebelión, el Gran Melquiades, recubierto de una energía, que bien hubiera podido acariciar, a la mismísima reflexión del “Grandioso Pensamiento Taciturno de la Tierra”, se dirigió al pequeño pizarrón que se hallaba en una de las paredes del estudio principal. Ahí, mientras que todos los demás hacían otras cosas, él comenzó a  esbozar trazos que su mente misma le iba dictando a ritmo de metralla que no deja de disparar. No obstante, lo primero que delineó, fue un círculo enorme al que nombró, el “Absolutismo Perfecto”. Dentro de este mismo, añadió muchísimos puntos, tantos, que casi se coloreó por completo, el interior del dichoso círculo, aunque también, fue muy cuidadoso, en mantener distinguible, la “individualidad” de cada uno de ellos.

Al terminar de esquematizar lo que traía en la cabeza, el Gran Melquiades se quedó observando lo que había hecho; parecía concentrado y casi inmóvil; hasta que un joven estudiante que los estaba ayudando, se acercó curioso para intentar entender lo hacía.

-¿Qué es eso, señor? – sonsacó ingenuamente el muchacho

-Es el Todo – respondió un poco cortante el Gran Melquiades

-¿el Todo? – volvió a indagar el estudiante

Antes de contestar, el Gran Melquiades pausó por un momento su reflexión, dirigió su mirada a la del averiguador chaval, y entonces complementó:

-Todo es un Todo, ¿sabes por qué? – inició el Gran Melquiades

-¿Por qué cada cosa, aún por minúscula que sea, bien puede ser, al mismo tiempo, un categórico “Universo”, albergando, mil y un otras cosas más en sus adentros? – se atrevió a contestarle con otra pregunta el muchacho

-Así es señor, así es – el Gran Melquiades guardó silencio por diez segundos, regresó la mirada al pizarrón, para nuevamente observar sus trazadas; y enseguida, volvió a los ojos del joven tan envuelto de curiosidad – ¿Cómo se llama usted?

-Soy Venancio, señor; Venancio del Álamo – se animó a responder el muchacho

-¿Y sabes Venancio, por qué estamos haciendo todo esto? – le cuestionó el Gran Melquiades, con ojos ya de maestro, hacia su deslumbrante alumno

-¿Se refiere a la rebelión, señor? – inquirió con otra interrogante, Venancio

-Precisamente Venancio, a eso me refiero, ¿sabes por qué la queremos llevar a cabo? – continuó el Gran Melquiades, a modo de guía o experto, para dirigir sutilmente, la conversación, a los sitios a los que él la quería llevar

-Entiendo que el principal objetivo, es el desbancar a Isidro Coronel – manifestó con considerable prudencia Venancio del Álamo

-¿Y por qué queremos hacerlo?; ¿cuál es la verdadera razón que nos motiva a hacerlo? – prosiguió incesante el Gran Melquiades para conocer los pensamientos del joven Venancio, así como también, para llevarlo a razonar, con agudo análisis, sobre lo que en sí, se estaba haciendo.

-Pues no es ningún secreto, señor, que Isidro Coronel, es un corrupto, un tramposo y alguien que solo ve por su propio bien – agregó Venancio del Álamo, con una seguridad, que en él renacía, y que era fácil de reconocer

-Si, si, el dichoso Coronel, no es ni de risa, el más ético, comprometido y profesional. Sin embargo, lo que en verdad nos atañe, son las oscuras consecuencias, que su ineficiente actuar, pudiera traer –  integró a la respuesta del muchacho, el Gran Melquiades, el cual, pausó sus palabras por un momento, para después continuar – ya lo dijiste tú, Venancio, “cada cosa, aún por minúscula que sea, bien puede ser, al mismo tiempo, un categórico “Universo”, albergando, mil y un otras cosas más en sus adentros”; y el modo de ser, de existir y hasta de permanecer, de ese “Universo”, no solo influirá en las células o componentes adheridos en su interior, sino que también, causará, tarde o temprano, un irreversible desencadenamiento, que sin duda alguna afectará, a otros muchos “Universos”, “Galaxias” y “pensamientos” – enfatizó el Gran Melquiades, quien calló por unos segundos, tragó saliva, y enseguida prosiguió – ¿ves esto que he dibujado aquí? – diciéndolo mientras señalaba con un dedo el pizarrón –  El “Gran Todo”, esquematizado  con simples trazos. “El Gran Todo”, también bautizado, por mi propia convicción o locura, como el “Absolutismo Perfecto”; y es como yo pretendo, de alguna u otra manera, representar al Universo, al planeta Tierra, a nuestra querida ciudad de Almentares, a nosotros mismos, como individuos, pero sobre todo,  al desvergonzado, de Isidro Coronel; para poder así entender, por lo menos visualmente, cómo es el efecto de las interacciones que suceden en su interior, cuando estas mismas se recargan hacia un determinado patrón – el Gran Melquiades volvió a tragar saliva, y entonces continuó – ¿qué te dice, Venancio, este ejemplo en particular?; ¿qué te dice, sobre el modo en el que están acomodados los puntos dentro del  círculo?; ¿visualmente detectas algo?

-Veo equilibrio, señor – contestó seguro y sin divagues, Venancio del Álamo

-Efectivamente Venancio, efectivamente; en este ejemplo es muy claro el equilibrio que se genera entre los distintos puntos o componentes del círculo – complementó el Gran Melquiades, mientras se acercaba nuevamente al pizarrón con un borrador en la mano; y al llegar a él, empezó a borrar algunos puntos, para luego colocar otros tantos en lugares distintos.

-¿Y ahora, Venancio, qué te dice este nuevo ejemplo? – volvió a preguntar el Gran Melquiades, una vez hechas las modificaciones al dibujo que realizó.

-Ya no hay equilibrio, señor. La mayoría de los puntos se encuentran en el lado izquierdo – contestó Venancio, mostrando un tono lógico e inequívoco.

-¿Y qué pasaría, si esto mismo sucediera en Almentares, o más aún, en nuestro mundo? – continuó el Gran Melquiades con otra interrogante, para seguir tejiendo la estrategia de su análisis

-¿Cómo señor, se refiere a las consecuencias que se podrían desencadenar, si todos los componentes que los conforman, cayesen  en una sola dirección? – replicó con   otra enreda duda, Venancio del Álamo

-Así es Venancio, a eso justamente me refiero. Sin embargo, no necesariamente, tendría que ser una tendencia visualmente notoria o física. Tal vez, podría ser, una tendencia de tipo psicológica, ambiental, política o social; que con el paso del tiempo, pudiese llegar a generar cambios, tan, pero tan drásticos; tal y como los que presenté, en mis ejemplos del pizarrón – destacó el Gran Melquiades, mientras se acariciaba la barbilla con suavidad detallada, como si de eso dependiera, el tener más ideas.

-Mmm ya veo, ¿y ese es su gran temor, no es así? Es decir, ¿que la tendencia políticamente incorrecta de Isidro Coronel, la cual se muestra cadente de una visión completa (por no poder atender a toda la población); llegue a convertirse, en un momento dado, en un catastrófico catalizador, que bien pudiera repercutir, en el entero equilibrio de la ciudad que nos sostiene hoy; no es verdad? – agregó el joven Venancio, ya con más aires de energía, que le hacían fiestas y ovaciones a una cierta comprensión.

-Precisamente muchacho, precisamente, ese es mi gran temor; y por ello, decidí comenzar esta revolución – añadió el Gran Melquiades, con un poco de escepticismo y desasosiego reflejándose en su rostro

-¿Y qué es lo que haremos, señor? – indago con optimismo, el buen Venancio

-Iremos a los puentes, ríos y caminos – manifestó el Gran Melquiades, casi cortante

-¿a los puentes, ríos y caminos?; ¿por qué, señor?; ¿por qué tenemos que ir ahí? – volvió a cuestionar Venancio, con una muy peculiar mirada, la cual parecía navegar dentro de los mares de la incertidumbre

-Sí, ahí fue donde surgió todo con Isidro Coronel en el poder; y ahí, es en donde todo terminará – puntualizó el Gran Melquiades, con una modulación tan ausente, que  dio de inmediato la impresión de no querer seguir hablando más

Habían pasado, alrededor de veinte minutos, desde que Venancio le dirigió la primera pregunta al Gran Melquiades. La conversación entre los dos fluyó bastante bien; con gran agilidad, pasión e interés. Atempero, llego un punto, en el que el Gran Melquiades, fue seducido, como la mayoría de las veces sucedía, por su gran introversión; misma que le atiborraba de pensamientos, altamente parpadeantes, para estar un tiempo a solas consigo mismo y con su preciosa soledad. El Gran Melquiades, necesitaba un espacio para la reflexión, pues curiosamente, la última etapa de la plática con Venancio del Álamo, inesperadamente, lo ayudo a percibir, de una forma distinta, el panorama general sobre Isidro Coronel. ¿Realmente, su propio razonamiento hacia sentido?; ¿o sin quererlo, había caído en un enmarañado laberinto sin salida? En principio, su estructurada oleada de creencias en relación a todo esto, sonaba bastante congruente. Cada vez que hablaba para sí mismo; o que explicaba a alguien más sus teorías, no había rincón alguno para la duda. No obstante, la pequeña interpelación, “¿y ese es su gran temor, no es así?”, departe de Venancio, lo orilló a un nuevo estado de indecisión.

Momentáneamente, sintió un arponazo en las huellas de su coraje; lo cual, lo llevo a preguntarse a sí mismo, sin que su pupilo se diera cuenta, la siguiente ilación: “¿Temor?; ¿por qué temerle a algo?; ¿por qué temerle al monstruo más devastador e infame, aun cuando este mismo, pueda arruinarlo todo, pero todo, todo?” A partir de ahí, comenzó a bailar entre divagaciones diferentes, para ver si hallaba, en alguna de ellas, una nueva forma, para definir la verdadera razón de su actuar. Una nueva forma, significativamente alejada del temor; y que más bien, se sostuviera de motivos impecables, que solo busquen el generar armonía; independientemente del horror, o serie de “impurezas”, que pudieran ser causados, por alguno o algunos, de los componentes internos del “Absoultismo Perfecto” como tal.

Pensó y pensó, el Gran Melquiades; pensó y pensó, considerando un millar de variables. Pensó y pensó; inclusive en lo que en su momento consideró, como la solución más idónea, para derrumbar al deplorable hombre, que al parecer, llevaría a Almentares, al caos más insoportable. Por supuesto, me refiero, a  los “puentes, ríos y caminos”. Pensó y pensó, con admirable determinación, u obsesiva fijación, hasta que por fin halló, una solución que le podría ayudar a revalorizar, considerablemente, su justificación; lo cual era, hablar con el “Grandioso Pensamiento Taciturno de la Tierra”, tal y como Don Ramón Ezequiel de los Montes solía hacerlo.

-Me atrevo a soñar, a volar, a crear idealismos y despegar, tal como cuando era, tan solo un niño de nueve años de edad. Un niño repleto de inocencia, de brillo e ingenuidad – inició su conversación con el Grandioso Pensamiento Taciturno de la Tierra, el Gran Melquiades.

-¿Con qué sueñas, Melquiades?; ¿qué te ha dicho la vida sobre ella misma, sobre sus ruegos, sus pesares y sus más intrínsecas necesidades? – indago el Pensamiento Taciturno de la Tierra, envuelto en una tierna y muy fresca sabiduría, innegablemente tranquilizante y viva.

-La vida me canta; una y otra vez me canta. Me canta tanto, pero tanto, que a veces, solo escucho ruidos distorsionados, y algo contrastantes, enredándose entre el margen e interior de mis avejentados oídos – continuó el Gran Melquiades, con un muy particular tono, el cual hacia obvia su gran confusión

-Eso es normal, es lo justo, me parece; pues la vida, es un cúmulo de infinidad de energías, sumamente excitadas, las cuales, intentan expresar su palpitación, a cualquier costo, o bajo cualquier condición. Es una danza exorbitante. Una danza exorbitante, que se vuelve una paz o un desorden, dependiendo de los ojos que la notan día y noche – agregó con ritmo pausado y reflexivo, el Pensamiento Taciturno de la Tierra; quien espero unos instantes y continuó – ¿y entre tanta música, sonidos y mensajes que se mezclan; has hallado tú, algún filo de congruencia?

-Por supuesto, muchas han sido las veces, que me he hallado al frente de esas “dichas” de congruencia. Es más, fue por ello que decidí emprender, el camino hacia la “Resplandeciente Revolución de Almentares”. No sé si estaré loco, bañado de delirios o de superfluas arrogancias que solo atarantan, pero en verdad escuché, una melodía muy particular que me hizo muchísimo sentido – destacó el Gran Melquiades, mostrándose sincero, algo expuesto y un tanto analítico, en torno a sus antiguos pensamientos.

-¿Y qué fue lo que te dijo esa melodía? – cuestionó el Pensamiento Taciturno de la Tierra, con el fin de llevar al Gran Melquiades a su propia solución.

-Me habló sin enunciados, sin frases y sin emitir una sola palabra. Me habló con un respiro del viento, luego con dos, después con tres. Siguió y siguió, hasta que completó los cien; y con ello, no sé ni cómo, logré entender, el tan agudo significado, que me intentaba exponer – describió el Gran Melquiades; quien se detuvo por dos segundos, para después volver a hablar – vi la esencia de la armonía, era tan natural. Geometría o perfección de la física, era de pronto, la única respuesta ante todo; y a partir de ahí, pude ver al universo, pude ver su movimiento, su tendencia y su innegable razón, encajando en una espectacular coordinación. En pocas palabras, pude verlo todo yo; todo, inclusive a la sintonía más deseada entre los  hombres, entre las clases, entre las razas y entre las idílicas sociedades. Pude ver su belleza, su preciosísima y hechizante belleza, cuando cada oscilación generaba una profunda y desorbitante armonía, al interactuar con las demás.  Sin embargo, también vi horror, vi un tremendo y desgarrador horror, cuando alguna de estas oscilaciones “perfectas”, caía en el rincón del más depresivo olvido; lo cual me hizo entender, lo importante que es, el deshacerse de aquello que interrumpe con el equilibrio para generar un caos muy fuera de lugar.

-¿Y por qué el caos,  o aquello que interrumpe el equilibrio, tal y como tú lo señalas, es algo tan malo? – enfatizó muy sutilmente el Pensamiento Taciturno de la Tierra

-Es malo, porque sencillamente rompe con algo que ya se tiene; lo despedaza y lo lleva hasta su muerte – agrego sin contratiempos el Gran Melquiades

-Pues a mí me parece, mi querido Melquiades, que te estás complicando de más, de manera innecesaria – agregó el Pensamiento Taciturno de la Tierra, quien se bañó de silencio por unos momentos,  para después continuar – Es así la vida, es así la realidad, un mar de causas y de consecuencias que no se pueden, ni se deben evitar; y por lo contrario, solo se deben de aceptar.

-¿Pero, cómo?, ¿debo entonces actuar indiferente ante todo aquello que quiebra la paz? – pregunto muy confuso el Gran Melquiades

-No realmente Melquiades; más bien, deberás actuar, más concienzudamente, al disponerte realmente a entender, a observar y a sentir, las bellezas tan específicas, de cada uno de los elementos que componen a esta ineludible realidad, tan infinitamente incomprensible y abismal – replico, con tonalidad poética muy repleta de sabiduría, el Pensamiento Taciturno de la Tierra.

Al escuchar aquel mensaje, el Gran Melquiades se sumergió en sus adentros, repaso con detalle sus teorías sobre el Universo completo, e intentó percibir de nuevo, un gran número de manifestaciones “trascendentales”, pero ahora, desde el ángulo propuesto por el Pensamiento Taciturno de la Tierra. Y ahí estaba comenzando a divagar, cuando en eso:

.¡Furias corren;… corren y corren y nos van a alcanzar! – gritó desde lo lejos Ordonela, muy cubierta de un pánico real, el cual le había empalidecido su rostro sin más ni más.

Segundos después, una pequeña multitud, de alrededor de veinticinco o treinta personas, comenzó a desplegarse, apresuradamente y repleta de alaridos, hacia la “Cuenca de Praes”; cuenca misma en dónde se encontraba el bunker de seguridad máxima; diseñado por ellos mismos, para protegerse de situaciones de altísimo riesgo. Corrían y corrían todos ellos; corrían y corrían, como si de eso dependiera su vida entera; corrían y corrían, detrás de Ordonela, quien en sus manos traía una  pañoleta verde, como seña de la gravedad el asunto presente. El Gran Melquiades, mientras tanto, se incorporó de nuevo al plano mundano, dejando atrás sus intrínsecas reflexiones sobre lo que el Pensamiento Taciturno de la Tierra, le había señalado. Así es que lisonjeando con su mirada, las vicisitudes expuestas por Ordonela, y sucesivamente, las del agitado grupo de personas que no dejaban de gritar y de correr; fue cómo éste intentó entender, las ineludibles galimatías que frente a él ocurrían; para poder entonces, reaccionar de la mejor manera posible.

-¡Acto, feroz acto, que la lluvia vuelva al cielo y que los astros, en sincero juramento, fidedignamente nos perdonen! – avisó con fuerza el Gran Melquiades desde la entrada del estudio principal en dónde él se encontraba

No obstante, aquella frase en vestido de enérgico fuego, quedo finalmente atrapada en los aires sin ser escuchada. La gente, la multitud, continuaba en su tendencia de escape o de pánico irrefutable, siguiendo a Ordonela hasta el dichoso bunker, que en teoría, los mantendría a salvo de cualquier infame monstruo.

Sin embargo, hubo alguien, dentro de la inmensa conjunción de individuos, que si auscultó las palabras del gran Melquiades; y ese fue, Venancio del Álamo, mismo a su vez, iba en dirección hacia dónde se encontraban los lapidarios de Doña Juana, para auxiliarlos en su ardua labor.

-Señor, lo he escuchado; pero no entiendo nada de lo que está pasando ¿Es acaso una tragedia   o un simple acto rutinario? – intervino Venancio del Álamo, para hacerle ver al Gran Melquiades que había recibido sus palabras.

-¿Escuchas eso Venancio? ¿Ese imparable ruido, ese frenético movimiento? Eso es la desembocadura de mi gran error,  por no entender, la verdadera razón del balance universal – agregó el Gran Melquiades

-Estoy confundido  señor. ¿Todo esto es causa suya, pero al mismo tiempo, se arrepiente de ello? – intervino nuevamente Venancio del Álamo con otra interpelación

-Así es Venancio, así es; por ver el cristal, únicamente desde los ojos que me fueron otorgados, y no considerar lo que percibieran los otros, mi concepción del Todo se fue nublando; logrando así, que yo mismo creara, al monstruo, que irónicamente, yo más rechazaba – complementó con voz pausada, tapizada de cierta frustración, el Gran Melquiades

-¿Y qué haremos al respecto señor? – volvió a inquirir Venancio del Álamo, con la esperanza de recibir una luminosa respuesta de su mentor

-Pues solo nos queda aceptar esta tormenta, reconocer su belleza y admitir el arte de las consecuencias. Nada es, nada somos, pero en conjunto, todos  juntos, formamos el estupendo balance, el cual, sin lugar a dudas, nos hace – agregó el Gran Melquiades, mientras se acariciaba la barba blanca, y apuntaba la mirada, hacia un punto fijo ubicado a la distancia, para dejar fluir su tan abstracto razonamiento

-En otras palabras, señor, ¿no haremos nada? ¿simplemente dejaremos que esta estampida de gente erosione nuestros planes? – destaco Venancio del Álamo, sin poder esconder su gran preocupación

-Dejaremos correr la estampida. Dejemos que corra y corra, pues es así, como lo ha dictaminado la armonía. Yo, fui quien encendió la llama; llama misma, que paulatinamente, se convirtió en un enorme fuego; por lo que es entendible, que ahora vengan los bomberos, o mejor dicho; aquellos “factores” que más sufrieron por semejante efecto – declaró el Gran Melquiades sin perder su seguridad para hablar. Pausó por un momento y luego continuó – No obstante, mi querido Venancio, aunque el día es hijo del brillo y la noche se acobije de la luna; no por eso, el hombre se ha resignado a organizar su agenda de acuerdo a ello; ya que haciendo uso de su astucia y de su maravilloso ingenio, este mismo ha ido encontrando el modo de organizarse, sin tener que depender al 100%, de estas interacciones entre luz y oscuridad; pero a la vez, sabiéndolas respetar, como una incondicional constante que no parará – puntualizó el Gran Melquiades con mucha confianza y cierta energía de esperanza

-¿Y eso qué significa, señor? – preguntó confundido Venancio del Álamo

-Significa, que dejaremos que todo fluya, tal cual ahora está fluyendo; pero también, haremos lo que nos sea posible hacer, para poder seguir viviendo, para poder seguir fuertes, protegidos y estables, aún a pesar de las desafiantes condiciones – destacó el Gran Melquiades, con mucha fuerza, convicción y templanza

-¿Y cómo lo haremos, señor? ¿cuál es su plan de acción? – volvió a inquirir con un poco de escepticismo Venancio del  Álamo

-Ven, sígueme, tenemos que ir a los puentes, a los ríos y a los caminos – añadió en Gran Melquiades – Ahí, detonaremos una nueva “bomba”, que con algo de suerte y oportuna coincidencia, ayudará a calmar la terrible “marea”, que nos está ya arrastrando, hacia la más insólita de las muertes – enfatizó el Gran Melquiades para concluir con su respuesta

Minutos más tarde, el Gran Melquiades y Venancio del Álamo, estaban ya, a las orillas de uno de los ríos más importantes, el río Mahur-Ker. Ahí, el gran líder de los “genios” rechazados, colocó sus manos sobre algunas de las piedrecillas que contorneaban al torrente; y enseguida, se dirigió a sí mismo, tal como si estuviese hablando con algún Ser Sublime que lo sabe todo y mucho más:

-Me entrego a ti, al corazón de este segmento que late.

Me entrego a ti, para aceptar mis caídas y errores.

Me entrego a ti, para decirte que ahora entiendo,

la verdadera razón de este hermoso juego.

Me entrego a ti, para poder jugar contigo, y no contra ti.

Me entrego a ti, haciendo uso de todas y cada una de mis facultades,

para poder ser feliz, para poder sentirme pleno;

y así, asegurar mi propio centro.

Me entrego a ti, para lograr todos mis anhelos.

Me entrego a ti, y solo a ti,

sin dejar de respetar los infinitos movimientos.

A partir de esa leve conexión entre el Gran Melquiades y su Yo más natural (aquel vestido de gloria y de absoluta reverencia al Aquí y al Ahora), el silencio, con la sutileza más grande que se puede expresar, simplemente los tocó; y lo hizo,  para que sintieran la verdadera respiración de la vida y de la incomprensible eternidad. Era una sinfonía tan impresionante de mutismo, de mudez o de sigilo, que de un momento a otro, se empezó a escuchar un fortísimo ritmo. Ritmo dentro de esa hermosa ausencia de sonido; pero también, ritmo en la singularidad de las cosas que vestían la entera escenografía;… por lo que después de haber sido conmovidos por las caricias de este extraño espectáculo, el Gran Melquiades regreso a su habla, para articular lo que comprendió de aquella hazaña:

-Esto es el UNIVERSO, todo, absolutamente todo el UNIVERSO – enfatizo pausadamente el líder de los genios “rechazados”.

-¿El UNIVERSO? – inquirió muy confundido Venancio del Álamo

-Sí, todo, absolutamente todo el UNIVERSO; junto con toda la belleza natural de sus movimientos. Por allá (diciéndolo mientras señalaba con su mano derecha, a uno de los árboles frutales que se hallaban al otro lado del río  Mahur-Ker), tenemos a nuestro querido sistema solar; él cual, está comprendido de planetas, de un sol, de lunas, de meteoros y demás.  Por allá (cambiando la dirección de su mano para señalar otro lado), tenemos otras galaxias, otros abismos, u otras realidades con su propia individualidad. Y aquí, justamente aquí, donde estamos parados, bien podría ser algo similar; el hogar del miles de millones de vidas; que a su vez, le dan sitio, sustento y energía, a muchos otros seres de tamaño menor, considerablemente menor. ¿Y qué estamos haciendo nosotros? Pues sencillamente, estamos interrumpiendo su balance, estamos interrumpiendo su armonía, por solo ver por nuestra propia alegría. En otras palabras, estamos siendo los “Isidro Coronel” de estos diminutos individuos. Sin embargo, no por hacerlo, ya sea por méritos de la enorme distracción, o bien, de la inexcusable egolatría, nosotros nos volvemos unos reverendos demonios a los que hay que vencer; ya que nosotros, con todo y nuestro “ruido”, así como con nuestra tendencia “destructiva”, formamos parte del abismal cosmos; por lo que aún sin importar lo que hagamos, siempre seremos parte del gran “balance” universal – destacó el Gran Melquiades con plena congruencia, claridad y elocuencia

-Entonces señor, trasladando esta ideología hacia nuestra muy particular situación con Isidro Coronel; ¿qué es lo que haremos para protegernos de él, sin poner en riesgo, el “determinado” balance que él nos genera? – preguntó con aires de anhelo Venancio del Álamo

-Observa Venancio lo que hay a tus pies, pon mucha atención a las hormigas, a la pequeñísima flora y a todo lo que compone su más inmediata realidad. ¿Ves qué siguen viviendo, hallando formas de adaptarse y de crear nuevos caminos, aún a pesar del enorme caos que les causamos? ¿Ves cómo su inextinguible instinto de sobrevivencia, los ha empujado a encontrar otras alternativas para seguir su vida, su misión y su coraje; y que al mismo tiempo, no han desperdiciado su tiempo ni sus energías, en eliminar al terrible monstruo (nosotros) que desafortunadamente, los ha atacado abruptamente?; pues eso mismo es lo que haremos nosotros, mi querido Venancio, ser más como la admirable naturaleza, para lograr sobrellevar nuestras más grandes adversidades; las cuales, día a día nos encuentran – adicionó con voz de maestro el Gran Melquiades

La ocasión en paz, la proeza misma de una satisfacción total, está y estará siempre, en donde nuestro respiro está; es decir, en cualquier lugar. Solo es necesario abrir muy bien los ojos, agudizar nuestra sensibilidad, y simplemente aceptar; aceptar el movimiento natural de TODO, sin dejar de velar por el propio. Sin dejar de velar por nuestra propia sobrevivencia; aquí, en la profunda infinidad, que sin duda alguna nos da y nos encuentra.

NOTAS A PIE DE PÁGINA:

1.- Plutauro y Efiminitex, dos de los mayores pensadores de la época astrológica y nebular, bien conocida también, como la Era del Abismo y de la Absouluta Expansión; y quienes pertenecían al Reino Clastor-Clay, gobernado por Lindo Ido. Ellos se destacaron, principalmente, por escribir numerosos tomos, en los que manifestaban sus imaginativas  ideas para concebir la grandeza y realidad de este Universo; y a su vez, para utilizarlas como metáforas para poder derrotar con éxito, a todos aquellos reinos que a ellos, simplemente no se sometieran, tal como es el caso del Reino de Laconicia-Lawiniki, el cual era un reino que contrastaba significativamente con lo que promovía Lindo Ido como única alternativa para vivir la vida.

2.- Traducción del idioma euskera al español: Reyes, reinas, fábulas y  “Luminiscencias”,  jugando todos juntos para crear fábricas del pensamiento que dirigirán al mundo entero”. Este idioma de vez en cuando se utilizaba entre ellos, pues las raíces de sus estudios filosóficos, mágicos y de otras índoles de revolución mental, provenían de Navarra, localizado al norte de España.

3.- Traducción del idioma euskera al español: Reyes los hay y “Luminiscencias” nos llevan, pero no por eso, hay dejar de pensar, y de ver por lo que nos es importante y esencial.Este idioma de vez en cuando se utilizaba entre ellos, pues las raíces de sus estudios filosóficos, mágicos y de otras índoles de revolución mental, provenían de Navarra, localizado al norte de España.

4.- “Los Diálogos de Mario” eran una compilación antigua de poesías prácticas de varios autores, discípulos del Gran Mario Saguayo, los cuales estaban encaminadas hacia la concienzuda estrategia ante la guerra, lo pragmático de la mente; y como el vuelo de la fantasía y el aire del Cosmos, al final del día hablan el mismo dialecto.

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