Cuando un nuevo libro comienza, la mente fluye. Surgen ideas de lo inesperado y, además, al tratarse de una obra de poesía, la inspiración pasa a jugar un papel clave.
El deseo, aquel que en vida nunca existió, vuela de mil formas entre imaginaciones y sensaciones mágicas. Vuela tanto, este singular deseo que todos tenemos, o que tuvimos alguna vez, para demostrar así, que aunque su presencia, no se ve ni se toca, esta misma, es tan real como tu hermoso cuerpo, muy bien enredado en el mío, justo al momento del amor más perfecto.
El deseo deseando ser más, deseando ser reconocido como algo vivo, y no solo como un vil instinto de una alucinante fantasía, se encapricha día y noche para poder existir en el universo tangible de nosotros los vivos. El deseo se vuelve aire, se vuelve oxígeno y pasión; para comenzar así, a tener todo el control. Entonces nos domina, nos hechiza y nos hace comportarnos como idiotas sin razón.
Qué deseo tan desfavorable, es el que nos acorrala constantemente y sin temor, pues por lograr satisfacer sus manías de arrogante ejecutor, este mismo quiebra nuestro armónico balance y satisfacción; al convencernos, de que si no nos movemos de acuerdo a sus instintos y modismos, sin duda alguna, moriremos inmediatamente en este rincón.
La canción sutil de ti, baja en bello tacto, se desliza entre colores encantadores y con la pertinencia de un aire que lo sabe todo, te seduce lentamente, hacia el mar del romance.
Vida alegre, mágica euforia que estrecha las pasiones, es como siento yo, tu gran pulso tapizando mis deberes.
Reina mía, ocaso azul de perfecta caricia, haces que me revindique con el día, pues tú y tu cielo santo, me dan paz, matiz y ternura, para continuar con la ida.
Amada mía, hechizo delirante que me inspira, te doy hoy, esta humilde canción bonita, para decirte cuanto me inspiras, cuando en mi significas y cuanto te amo sin medida.
Canción, poesía, pureza divina; o simplemente tú, mujer de perfección enorme, te doy hoy las gracias por existir aquí; por ser mi bella luz que nunca se apaga; y por ser esa musa majestuosa, que sin duda alguna, se escabulle entre mis ruegos fantasiosos, y aquellos recubiertos de realidad y textura.
Ridículo mundo que fabrica segundos, comes lo que pasa y me preguntas con demonios; eres tú tan absoluto, aunque caes al mismo tiempo. Tú, no eres un universo, pero asemejas al cosmos en movimiento.
Tú, mi mundo en órbita de misterio, mi mundo tan sano, y a la vez tan extraño, creas versiones de lo que se entrega en cada mágico encuentro. Tú, mi mundo de lógica y sentimiento, eres tan solo un singular pedazo de aliento, pero para mí, y para todos aquellos que somos, eres tú, la vida entera sin más remedio.
Voz del ocaso, tú que iluminas, con trastornos azules y medio tenues, al esplendor tan excelso de nuestras pieles, se en mí, y en todos los presentes, esa fuerza de esperanza que tanto nos levanta.
Voz del ocaso, entonación poética que siempre nos canta, haz de lo que hoy pasa, una vanguardia de absoluta alabanza.
Voz del ocaso, despierta tu auge y extiéndete hasta lo más dulce de nuestro regazo; pues con méritos propios de una sutil elegancia, ambos pertenecemos a la misma sintonía que tiernamente nos abraza.
Voz del ocaso; voz de las voces y de las infinitas sabidurías escondidas, danza como solo tú sabes, y regálanos este hermoso día.
Voz del ocaso, aquí estoy y aquí me tienes, para escucharte a ti, tal y como otras veces.
Vacío así, es el murmuro tranquilo pero aniquilador, del interminable hilo de sueños y fantasías que aprisionan mi respiración. Todo empieza con ese primer instante de silencio, de quietud y de confianza plena; una vez que las luces, que del techo cuelgan, se apagan contundentemente, para llevar a mi mente, y a mi vuelo inexistente; a los terrenos propios de mi alucinante subconsciente.
Ahí, navego en andares, en emociones y en un sinfín de situaciones; las cuales, a razón de lo que es “normal” o “esperado”, me aturden por su falta de sentido, de lógica u orden.
Mi costura de ilaciones entonces, comienza en ese peculiar sitio. Sitio en donde me ronronea un lago, tan parecido a aquel lago, que me ronroneaba cuando era yo, tan solo un niño.
Sin embargo, al cabo de un chasquido sin aire y sin sonido, mi viento, tan fuerte como confundido, aparece al lado de un millar leones. Leones cansados y hambrientos, que me empiezan a ver, como su más delicioso banquete fundido. Estoy apunto de ser devorando por aquellas bestias repletas de pelaje divino; cuando el ruego de mi alma, cae de improvisto, encima de un mundo envuelto. Envuelto en las órbitas de otro mucho más peligroso, difuso y mayor.
Por tal motivo, mi sabia e incandescente cordura, queda expuesta entre los contornos, suaves y tenues, de un oasis de interminable locura. Ya con ello, el corazón mío, a margen de lo que he vivido, me llama de mil maneras, tan teóricas, como diversas, para poder favorecer, mi limitado entender; mas por ser mi ánimo, el valor hechizo del fuego, de la ceniza o de la inmensa lluvia que nos inunda, pierdo yo, el entero dominio de mi irremediable centro.
En otras palabras, mi completo Yo colapsa. Aunque también, cada vez que yo despierto, sobre los infames huesos de mi cama, mi realidad, encapsulada en los dotes de la mañana, intenta siempre, desahogarme, para volver a reconocer aquello, como otro fantástico viaje, diseñado por el latido y la inercia, de mis muchos sueños, tan cambiantes como alucinantes.
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