Capítulos I y II de “EN TIERRA DE EXILIADOS”

Capítulo I

El escuchar la risa de aquella mujer embarazada, me dio la postura de un intolerante ser humano, adicto al sarcasmo y a los defectos de la gente;  incapaz de percibir al mundo, tal y como supuestamente era, como un “abrir y cerrar de suspiros”, o por lo menos, era así como lo creía mi abuelo, aquel señor tan prudente y misterioso que todo lo sabía y nada le sorprendía; por lo que fue esa, la razón precisa, por la que comencé a darme cuenta, de lo perfecto que era el mundo, siempre engañando a la gente, de una manera tan sutil e ingeniosa, que a la hora de intentar interpretarlo, ya estás lo suficientemente enredado en sus trampas, que se te hace difícil distinguir lo que es real, de lo que no lo es.

En fin, durante mis delirios de adolescente, me creía a mí mismo, un ser sumamente real y verdadero, más aún, que la verdad misma, me creía, el único no engañado por los dotes de la omnipotencia. Hasta que, durante los ruegos de un buen día, conocí el secreto de la debilidad, frente a una profunda belleza, una belleza sostenida en dos preciosísimos soportes, finos pero carnosos y envueltos en deslumbrante seda; y más, un poco más hacia arriba, aparecía lo mejor de aquella figura; la cual, se movía y se deslizaba de una manera tan suave y tan sensual, que no lo puedo negar, me hizo hasta sudar.

Era algo tan mágico, tan puro, que apenas puedo creer que haya sido realidad, por lo que sin decirles más, tan solo confesaré que hasta cierto punto, comencé a dudar, pues no sabía si por ser la belleza, el concepto que mi alma tanto anhelaba, mi imaginación rápidamente comenzó a brotar, para crearme así a la musa ideal, o si realmente Dios había seleccionado sus mejores artesanías para ponerme a temblar; así que desconociendo, si había sido esto obra del cielo, o parte de mi sucia y triste imaginación, el trastorno y la confusión por querer desesperadamente conocer la verdad, me invadieron compulsivamente, al grado de llegar a sentirme desolado y desprotegido frente a tanta inmensidad.

Y ya no hablaba ni escuchaba, tan solo caminaba y algunas veces observaba, observaba a quienes creía pobres y débiles por haber caído en tan tentativa ilusión, conocida como “vida” por tradición; por lo que convencido de mi pensamiento, mi ideología simplemente permaneció intacta pero incierta, y sin poder evitarlo si quiera.

Así que ante mi locura o mi cerrada postura, quise por alguna extraña causa, pertenecer al escaso grupo de los reales, de los supuestos conocedores del todo y de la nada, de lo físico y de lo químico de nuestro suelo, para verme así, ante la cima de la vida, a pesar de tener que sacrificar las tentaciones que el mismo cielo nos ha ofrecido.

En otras palabras, quería ser parte de ellos, de quienes lo conocen todo, todo de todo sin formar parte de las tradiciones del planeta, pues en cierta forma, nunca han sido parte de ellas, ni mucho menos lo serán, pues son mejores y más sobresalientes que cualquiera de los muchos otros ciudadanos del esférico, o por lo menos, eso es lo que les han contado y por lo mismo, eso es lo que se han creído desde hace muchos siglos atrás.

La soledad fuerte y dura, fría y silenciosa habitaba en mí, yo era el grande, el enérgico, el vencedor, viendo siempre y en cada momento, a la inmensa masa de estúpidos engañados, como viles parásitos inhumanos, pues me había dado cuenta ya, de mi propia inteligencia, de mi capacidad, e inclusive, de mi gran habilidad para no ser engañado, ni siquiera por lo más audaz de la existencia.

Así es que, con ese mismo ritmo, y con esa misma mentalidad de intolerante, fui avanzando poco a poco por los caminos que me había preparado el destino. Sin embargo, claro está,  que jamás pude olvidar, la presencia de aquella divina figura, tan femenina, tan sensual y tan exquisitamente deliciosa y única, la cual me había dado las razones necesarias para convertir mi esencia en prisionera de mis propios pensamientos más fogosos y sinceros; pero, gracias a los dotes de un momento, pude reconsiderar el hecho de que mis ambiciones valían mucho más que cualquiera de mis supuestas tentaciones, ya que la idea de ser sobresaliente y vencedor, la traía en las venas desde embrión, por lo que sin decirles más, solo diré que fue así prácticamente como comencé a convencer a mi propia persona, quién era ella, la que no era real, ¿Y si lo era? Había sido engañada, por los ingenios de la vida, para hacerme dudar. Y fue así, y no de otro modo, como comencé a recitarle a las necedades de mis demencias, que la dichosa musa, no era para mí, sino para los demás.

Por lo que sumergido en mis pensamientos,  poco a poco iba descubriendo, descubriendo el oscuro secreto, el secreto de formar parte de los sabios, de los grandes, pero sobre todo, de los olvidados. Poco a poco, muy poco a poco sin apuros ni presiones, iba adentrándome al maravilloso mundo del absoluto espectador, analista y crítico de esa magnífica puesta en escena. ¿Y todo por qué? Todo por mi dichoso afán de querer apartarme cuanto antes, de las tentaciones más, pero más grandes del planeta.

No obstante, aun considerando este nuevo empleo de analista y calculador, que yo solo me había planteado, no podía dejar de pensar en la delicada hechicera de encanto y sumisión. Así que, probándolo todo, desde interminables desvelos, hasta desgastantes sermones conmigo mismo, intenté convencerme, sin perder nunca la esperanza, de que aquella imagen que mis ojos habían notado, era pura fantasía, pura alucinación, pura irrealidad y pura quimera contradictoria y única, pues no tenía ninguna razón justificable y cierta, para la historia de los verdaderos hombres de honor.

Cada vez, cada día, cada hora, cada minuto e inclusive, cada segundo, se iba haciendo más y más largo; y aun duplicando mis tareas, mis esfuerzos y ambiciones, no lograba hacer desaparecer, a mi musa de piernas hermosas y bellas, la cual continuaba inmóvil e intacta en mi cabeza, hospedándose en ella por eternidad de segundos, de respiros y de agotamientos.

Por eso mismo, conforme avanzaban las manecillas de mis tantos relojes, obsequios de algún antes, los miedos y las inseguridades, cada vez más y más en mi mente caían, pues aunque lo intentaba, no podía desprenderme de la idea de llegar a perder mi enorme capacidad intelectual, lo cual, de llegarme a pasar, podría, por ende, convertirme en uno más de aquellos temerosos de la vida; mas nada podía yo hacer para evitar semejante desfachatez, por lo que sin decirles más, tan solo diré que mi angustia crecía, crecía y crecía cada vez más, mucho, muchísimo más.

Ya no dormía y a veces ni comía, solo me concentraba en la obsesión de deshacerme de semejante visión.

Y bien, pasaron dos meses, que para mí fueron más de trescientas cincuenta vidas, sin embargo finalmente pasaron, lo había logrado, ya no pensaba en ella y ni siquiera recordaba su exquisita figura, era nuevamente un  ser real, o por lo menos, hasta que salí de mi casa y respiré diferente, ya no solo respiraba por aire, por oxígeno, respiraba por el gusto de hacerlo, por el gusto de sentirme a gusto y a salvo, aunque a la vez, ese mismo mecanismo me produjo cierto dolor en el pecho y en la espalda, un dolor que empezó a alterar todo mi cuerpo para demostrarme mi gran susceptibilidad ante la presencia de ligerísimas brisas provenientes del mar.

Siendo así, como es lógico entender para los términos de esta historia, como la confusión volvió a mí, tal vez por necedad y no por otra cosa, pero a fin de cuentas volvió. Por lo que aquel sentimiento de protección, de sentirme a gusto, (me sentía a gusto inconscientemente) volvió a transformarse, por deseos de mi tan ambiciosa e inconforme complejidad heredada, en pura congestión y en un amargo buche sin sabor.

Por lo que queriendo recuperar mi esencia de perfecto, mis caprichos comenzaron a hacerse inmunes ante cualquier adversidad, pues sabían perfectamente que para alcanzar el éxito, habría que luchar sin dejarse derrotar, para que de ese mismo modo, jamás pudiera ser yo transformado en otro más, de la triste cuenta de conformistas, débiles y uniformes mortales que se encuentran a diario en la faz de la Tierra.

Y sabiendo lo anterior, simplemente continué con mi labor; continué trabajando en mi dureza, pero de nuevo apareció la supuesta belleza; por lo que después de mucho, después de discusión tras discusión con mi conciencia, me di cuenta de que aquella visión permanecería siempre viva en mi pensamiento de adolescente, y que nada podía yo hacer  para evitar semejante desvergüenza, nada más que verla a ella como lo que era, como una hermosísima escultura, hecha por las manos de quien se supone nos vigila. Sí, como una escultura, una bellísima y fascinante escultura que había sido hecha, sin lugar a dudas, por las manos y talentos de un emblemático ser, de un Señor inigualable, conocido también como Dios; mientras que yo, por el contrario, según mis propias creencias y autoestima de primera, había sido creado ni más ni menos, que por la Perfección, y como su hijo, debía quedarme en su mismo Reino, velando en su ausencia todo su legado.

Y alimentándome a mí mismo de más arrogancia de la esperada, iba engrandeciendo mi petulancia, aún más, muchísimo más de lo anhelado; cada día tolerando menos y menos a la ingenuidad de la raza, por lo que de manera inevitable o tal vez ineludible, estaba convirtiendo mi propia esencia, en un monstruo gigante, para la debilidad supuestamente muy humana.

Capítulo II

Durante varios desvelos permanecí intacto, pero con razones firmes para hacerlo, sintiéndome verdaderamente inquieto, pero sobre todo, impotente frente a mi inmenso poderío de príncipe heredero, y en vez de transformarme en viento para que nadie me notara, el tiempo, con su remedio de siempre, simplemente pasó, con lentitud deprimente y exageradamente desesperante, sobre mis ojos de águila, hasta que finalmente, llegó el momento en el que el mismo eco me alucinó, más por holgazán que por arrogante; por lo que convirtiéndome entonces, en una especie de criatura dispuesta a desperdiciarse y a continuar con el increíble movimiento, fui dejando caer poco a poco mi ser en lo más profundo de la apatía absoluta; por supuesto, esto llevó tiempo, bastante tiempo de hecho, pero a fin de cuentas se logró, aunque a decir verdad, no sé ni cómo ocurrió; sin embargo, una vez transcurrido un considerable periodo de tiempo, las inconcebibles vanidades de mi autismo mágico, hicieron lo suyo para que no me dejara morir en mis depresiones, sin antes haberle encontrado sentido a mis propias creencias de “niño superdotado”.

Y fue así prácticamente, como mis deseos de recuperar mis posiciones en mi heredado reino de reinos, nuevamente a mí llegaron, y lo hicieron básicamente, para aumentar y engrandecer mis creencias de increíble y maravilloso espécimen, en este singular planeta de simios o de monos con inteligencias inconclusas, lo cual, hasta cierto punto, fue necesario para ser poseído por el ego, y a su vez, para ser lo suficientemente capaz, de visualizar el perfecto ataque o la mejor alternativa para predominar. No obstante, todo en teoría quedó, pues permanecí plasmado en mis estudiadas metodologías de enorme vencedor, sin llevarlas a la acción; ¿y todo por qué? Todo por mi obsesivo afán de hacerlo todo tan ingenioso y perfecto como mi supuesta madre lo hubiera hecho, la hermosísima y divina Perfección de Perfecciones.

Así es que, haciendo que todo únicamente en difusas palabras quedara, fui alejándome cada vez más y más de mis fines surreales; sin embargo, ahora que lo pienso, y que me encuentro, en la posición del que solo narra los cuentos, no sé responderme con certeza y con sinceridad de hombre, qué fue en sí lo que me detuvo, para no poner en marcha mis ideologías baratas. En fin, tal vez me esté preocupando de más, pues todo esto pudo haber sido obra del destino, al haber sido mi madre, quien así lo quiso, o tal vez la razón está en que ni su hijo, ni su sobrino muy cercano fui alguna vez, y que por arrogante e imponente quería posesionarme de un trono, un trono que posiblemente no se hallaba, porque ni existía.

El caso es que estaba estancado yo, en una silla o dos, de una cantina de Los Ángeles, California, con mi botella de whisky Johnnie Walker a medio terminar en una mano, y un cigarrillo a medio empezar en la otra; con mi rostro barbado, alguna vez el más lampiño del pueblo, reflejando un aspecto de fatiga digno de lamento; mis piernas por su parte, se encontraban cruzadas, haciendo constantes meneos como símbolo de mis aparentes mareos; mientras que mis botas se hallaban medio sueltas y separadas del suelo, reflejando los cuatro años de descuido y de maltrato que habían pasado a través de ellas; y por supuesto, sin menospreciar mi vestimenta, les diré que a mi pecho y a mi abdomen, los cubría un confortabilísimo chaquetón, de mezclilla y algodón, que me había obsequiado una tía abuela, en sus días de viva y de espléndida, el cual se encontraba batido de sudor, de sobras de licor y de manchones de salsa del almuerzo de hacía ya tres días, especialmente en la parte superior de una de sus bolsas, en la que alguna vez guardé, un preciado bolígrafo de tinta azul pastel, que mi querido abuelo me regaló cuando estaba bien, y que ahora se encontraba en los olvidos de quién sabe quién, pues mis años de drogadísimo escritor, me habían conducido a la inubicación, llevándome así, a no tener idea de la localización de toda mi posesión.

Pero ahora ya, con mis cinco sentidos, o por lo menos con tres de ellos, miraba atentamente al cantinero, un señor obeso y descuidado de unos cincuenta y cuatro años, quien con su barba larga y rizada, reflejaba un aspecto de mucha desconfianza; pero ante todo les diré que lo miraba, lo miraba atentamente con mis ojos rojizos y bastante ebrios, sin despegar ni por un segundo, mis instintos a los de aquel sucio camarada, mas la irritación en mí aumentaba y aumentaba, por lo que al cabo de un rato, solo pude distinguir de él, un par de bolas irreconocibles y completamente borrosas, sin embargo, lo seguía distinguiendo a fin de cuentas, pues a pesar de que ya estaba yo a punto de perderme en mi único abismo de borracho, unos cuantos manchones cafezazos, me dieron la idea de un grotesco mostacho.

Y ahí paró todo, después de media o de tres cuartos de hora, empecé a recuperar el conocimiento, primero escuchando voces, luego sintiendo luces parpadeantes y brillantes a lo largo y ancho de mi rostro, y así sucesivamente, hasta que por fin, después de varios minutos allí acostado, me digné a abrir mis hinchadísimos ojos; los abrí, pero cabe destacar que aparecí en un lugar diferente, en un lugar disfrazado de antro o lugar de mala muerte… en un lugar en cuyos techos cuadrados, como de diez por diez metros, colgaban lamparones medio viejos y oxidados; no estoy seguro, pero creo que eran como tres o cuatro, los cuales,  solo sé que realmente eran inmensos y tenían sus rachas de alumbramiento, pues la edad ya no les permitía trabajar como en sus buenos tiempos; así mismo, a pesar de su tamaño, se veían como un grupo de tristes linternas, ya que la gran altura de la habitación, era digna de admiración; bueno, en realidad exagero, pero durante aquellos patéticos instantes era lo único que veía, y sinceramente, era lo único que deseaba ver, pues mi vista, aún no estaba lista para entenderlo todo en su muy general contexto; no obstante, cuando por fin pude descifrar mi estado, les diré que gracias a mi tremenda desconfianza, llegué a un punto en el que preferí mantenerme vivo por mis propios medios, a tener que sufrir las consecuencias de algún despistado médico que no conociera a la perfección la anatomía del cuerpo, así que dicho y hecho, decidí levantarme aunque eso me costara la sangre.

Y hasta ese momento, me sentía, dentro de lo que cabe, seguro, pues nada había invadido mis mandamientos de excepcional superdotado; empero, justo cuando comenzaba a cantar victoria, llegó de improvisto una escuincla cabaretera, como de unos catorce o quince años cuando mucho, a relajarme con estilo… por supuesto, llegó con su total ingenuidad de novata en el asunto, lo cual hacía que todo el entorno se viera inocente y puro, aunque al mismo tiempo, tan pecador y sucio. Entonces, sin decir más, la joven mujer comenzó con su labor, sentándose primero a lo largo de mi cintura, para después realizar sus rutinarias exotiqueces de nudista profesional; fue así como su sensualidad agarró estilo y definición, y ella misma sin detenerse a nada, comenzó a tocarme suavemente la piel, tanto la de mis brazos como la de mis húmedos labios; así es que cuando el contexto o el escenario que nos rodeaba a los dos, se encontraba ya más entibiecido que antes, la niña precoz comenzó a desabrocharme lentamente los botones de mi mal oliente chaquetón, y al llegar a la camisa, la jóven esperó unos cuantos segundos para excitarme más de lo que ya estaba… por lo que moviéndose en circulillos verdaderamente provocativos por encima de mi ombligo, me propuso un ambiente realmente de paraíso…y continuó, continuó y continuó con su trabajo de sexo servidora, sin dejarme otra alternativa que la de seguir con mi idiotizado rostro de estúpido extasiado, mientras que nuestras temperaturas subían y subían hasta los límites poco conocidos; subían y subían, como lo que se arde y se quema en medio de la hoguera; subían y subían, mucho, muchísimo más a cada instante de nuestro fuerte respirar; ya estábamos sudando tanto ella como yo, pero aún el encanto no se definía, aún cuando sentíamos, o al menos yo, como si hubieran transcurrido varias décadas de falso enamoramiento, cuando en realidad, tres únicos minutos eran los que habían pasado.

Pero en eso, como aroma en un desierto, sin sombra ni recuerdo, la vi, nuevamente la vi, vi a mi diva, a mi mujer, a mi profunda belleza, a mi exquisita delicia americana, cuyo rostro  tan sensual y delicado, reflejaba una irremplazable emoción. Por lo que fue entonces, cuando estaba yo a punto de estallar, que decidí parar, aventando bruscamente a la muchacha, hasta los pisos del lugar, pues comencé a darme cuenta de mi absoluta suciedad, tristeza e imprudencia, no solo conmigo, sino con la musa preciosa a la que hasta hacía poco, había creído como otra inútil más del rebaño humano, un hermosísimo humano, pero a fin de cuentas, un humano más.

Y ¿quién sabe? Tal vez entiendan esto como una contradicción de parte mía, pero a partir de ello, les diré que mi descabellada imaginación o perfecta captación, me ayudó a comprender que todo grande debía contar, por lo menos, con una fuente de enorme inspiración, ya sea del aire, del viento, o bien, de una diva como aquella, la de piernas carnosas y envueltas en deslumbrante seda; y a la que sin duda alguna, consideraba yo, como una profunda belleza. Por eso mismo, mis estimados lectores, fue entonces, cuando a este cuento, o a este tramo de mi vida o de mi historia, llegaron ante mí, dos definiciones, dos definiciones muy distintivas y peculiares, conocidas también, como Aceptaciones, la primera, la llamada Aceptación Absoluta y la segunda, a la que nombré, Aceptación Alternativa.

La Aceptación Absoluta, aunque había empezado a moldearla, sino es desde niño, sí desde mis inicios como puberto, apenas hasta ahora, empezaba a definirla con palabras de la siguiente manera: “La Aceptación Absoluta”, no es otra cosa, más que el motor, el motivo, el aire, la verdad, el respiro que nos ínsita día a día a vivir; mientras que “la Aceptación Alternativa”, es aquella que creamos para  sobrevivir.

Yo tenía una meta, una idea, una finalidad muy  específica en mi vida, me había propuesto que jamás me involucraría, ni mucho menos, me enamoraría, pues eso iba en contra de mis principios y de mis tendencias de superhombre; sin embargo, a lo largo de mi recorrido, me he topado con ciertas barreras, que han impedido que se cumpla al 100%, la mayor parte de mi sueño, por lo que fue apenas, durante ese mismo lapso de mi vida o de mis circunstancias, cuando comprendí que modificar ciertos detalles que en su tiempo me había propuesto, representaba, más que cualquier otra cosa, la única alternativa adecuada e inteligente, para poder sobrevivir acertadamente; siendo así como se explica, mi cambio tan drástico con respecto a la musa hechicera.

Una vez que llegué a semejante conclusión, me levanté aún medio desubicado, y con sabores a confusión indudablemente grandes; por lo que abotonándome entonces con rapidez absoluta, tanto la camisa como el chaquetón, me dispuse a salir corriendo de la habitación, mientras que la joven cabaretera, tirada en el suelo se quedó; espantada, con razones justas para hacerlo, y sin hacer nada, más que taparse sus pequeños y redondos senos, pues indudablemente, se sentía más que avergonzada, con su propia persona y con la imagen que me había transmitido.

Al abrir la puerta que encerraba el lugar de los hechos, vi un angosto pasillo que me conduciría a una anchísima escalera, escalera dividida en dos, y que luego se juntaba en alguna parte, formando un amplio descanso, el cual me llevaría en cuestión de segundos, hasta la planta baja de aquella exótica mansión de cuarta; y allí, en esa parte de la casa, había creo yo, entre doce y quince pirujas perfumadas, todas ellas tomando a sus clientes de las manos y mostrándose dispuestas a ganarse “dignamente” el pan de cada día.

Y fue así, como asqueado de tan repugnante aspecto tétrico de esas “finas” damiselas, comencé a verlo todo, tal como solía verlo antes de mi borrachera; como otro más de los tristes y patéticos juegos de los irracionales mortales; aunque muy placenteros y tentadores, pero de mortales de cualquier manera, de bajos e inútiles mortales.

Al irme, choqué de hombros con un hombre alto, grande y medio güero, de aspecto italiano, muy elegante por cierto, parecía de dinero, de contactos, de colmillo e inclusive se veía que tenía mucho pero mucho estilo; sin embargo, no le di importancia en aquel momento, pues fue hasta unos cuantos meses después, cuando todo cobró sentido, cuando comprendí quién era, y el porqué de su existencia, aunque claro está, no es la hora ni la ocasión para hablar de aquel misterio, pues tal como dijo algún hombre sabio en sus días y en sus horas: “todo en su espacio y a su tiempo”…así que olvidando aquel detalle, salí del infierno para entrar en la avenida 20 de Noviembre, lo cual me hizo darme cuenta de que mi auténtica esencia de personaje manipulado, ya no se encontraba más en tierras de gringos, sino más bien, en sus queridas tierras nacionales; sin embargo, aun conociendo este dato, no sabía si esto debía hacerme feliz, o por el contrario, aún más miserable; feliz por el hecho de estar de regreso, o miserable por mi injustificable inubicación como persona, como superdotado, y como superdotado en tierras de débiles, pues no sabía cómo, ni por qué, había yo llegado hasta esos límites tan determinantes, por lo que, sin poder evitarlo, llegué a sentirme como la parte más fundamental de un grandísimo fraude,  ya que el hecho de creerme hijo de la Divinidad y al mismo tiempo no poder controlar mi propia posición como persona, me hizo sentir, sin duda alguna, como el más estúpido de los humanos que caminan y que andan.

Me sentía deprimido, cansado e idiota, me sentía como una farsa, como un fracaso, como un verdadero imbécil hundido en sus fantásticas arrogancias que hasta creía tan verdaderas; es más, durante ese episodio de mi historia, realmente no sabía ni qué creer, pues ni siquiera mi mente, la cual alguna vez fue tan insistente, parecía fuerte, por lo que simplemente, se manifestaba a sí misma, sufriendo de los estragos del prejuicioso remordimiento.

Y de repente, sin darme cuenta, comencé a creerme como otro más de la triste cuenta, lo cual, me mataba de pánico y de terror, pues eso demostraba que estaba yo desprotegido por la grandísima creación; por lo que ante esta grandísima duda, o ante esta nueva explicación absoluta, tan solo me hice una pregunta: ¿Era yo, o simplemente era el cielo, quien me había puesto a dudar, para poner así en juego mi gran capacidad?

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